Mis
pechos retoman su redondez,
se
equilibran entre la gravedad y
la
memoria de los mordiscos.
Preparo
las entradas a mi cuerpo
con
la mortaja de la quietud,
hibernarán
en cuanto se aleje
el
paraíso del último roce.
Frío,
llegará el frío.
Anidará
un espacio sin intención,
ni
movimiento,
sólo
los secretos nocturnos renacerán
debajo
de la ropa de esta mujer madura,
la
misma que olvidará
en
un instante,
qué misión tiene la lengua en un beso.
Ningún
ajeno esqueje vendrá a crecer
en
la matriz que quedará inerte
por
falta de riego.
Pero
el futuro no tiene misterios cuando se
proyecta
como series que se repiten,
e,
ineludiblemente,
el
ciclo térmico se impondrá
y
será el día de la celebración del deshielo, cuando la piel
me
anuncie
quien
es su elegido para sacar
a
puñados el deseo vivo de este cuerpo.